Abuelos:
Con nudo en la garganta, memorando
risas, jugueteos, abrazos y problemas, les escribo hoy, sabiendo que quizá no
haya un “mañana”, pero en mí, eternamente habrá un “para siempre”.
Recordando el lecho de su departamento, y el cariño que nos tenemos.
Son, prácticamente el patrimonio
familiar más grande; son la juventud de mi madre, un closet lleno de recuerdos,
libros de ciencia de los 70´s, peluches con mirada de olvido, la alacena llena
de golosinas, los recuerdos más escondidos de mi padre, los regalos de navidad
más precisos, las charlas con café de mi niñez, y todo eso, englobado en una
palabra: ABUELOS.
Aquellos abuelos semilleros de
buenos recuerdos, parientes con la boca llena de “te quiero”, aquellas personas
que con un abrazo conocían mis secretos y aquellos amantes que usaban su
sonrisa como el mejor consejo.
Canciones de Cri-Cri narrando
nuestros momento, el gran Sabines también sobre ellos escribiendo; películas de
Disney nos atestiguan acostados en el sofá: unas palomitas, jugo de uva, muchas
risas, la capital mexicana acunado nuestras locuras, y ustedes, anhelando que
yo nunca crezca.
¿Quién habría de enseñarme juegos de
mesa? La cocina experimentada fue recinto de nuestra convivencia, y en su
sonrisa, sólo me trasmitía amor y paciencia, de entre nuestras miradas, las
travesuras e historias que me contabas, pasaban días de nuestro cariño y el
reloj ya no caminaba.
También recuerdo tu llanto, doblado
en dos humillado, la pequeña muriendo en aquella sala, nosotros esperando: yo
recargado sobre tu espalda ¿Por qué pasa la vida? Tras su muerte, ustedes
lloraban; y con un abrazo, me consolaban, viendo a mi prima yaciendo en la
caja.
Usted, también con la rudeza de su
alma, lo temerario y símbolo que fue en su pueblo, yo sólo lo veo entre sueños
y recuerdos, y sé que en mí, está su carácter y apellido en todo momento.
Lleva el porte gallardo, es a su
avanzada edad la presenca de toda una dama; sus ojos parpadeantes me observan
con lástima, camina y con melancolía narra aquel rancho utópico. Tenga de
seguro que su siembra, es recompensada en su descendencia.
Cierro los ojos y te pienso; eres
tú, mi querido abuelo, al que quizá yo más me parezco: risas, fiesta,
personalidad, música y aliento hoy de ti heredo. Eres simplemento los relatos
de mi niñez, soy el retrato de tu rostro, el que envuelve orgulloso el apellido
y las raíces, somos lo que tal vez, contigo en vida, nunca hubieramos sido.
“Oh bella rosa opaca! Que siendo ama
de casa bendita, felicidad heredas a tu nieto, afrodita.”
Eres tú, sí, simplemente tú. La
única y especial con quien en verdad debo estar agradecido, la que se ha ganado
mejor que alguno otro mi “te quiero” y quien me ha trasmitido lo más valioso en
mi vida: mi madre.
Te veo, las piernas ya no aguantan
el correteo, las pláticas se vuelven de medicina, y tus ojos decaen como el
agua de regadera. Las anécdotas se vierten nudo de garganta, y ves que los años
alcanzaron tu cabello, las manos son frágiles y las risas melancólicas.
Me deprimo y es que, no seré otra
vez ese niño que recostaba su cabeza contigo. ¡Ay de la vida! Nos ha
acabado ente sonrisas, no desmayes que seré yo el caballero que jurará
protegerte.
Hoy, alegre testigo del pasado, seré
recinto de esto en el futuro, ruego a Dios ser tan buen abuelo, honrando el
recuerdo de ustedes en mi pecho, sabiendo que siempre los seguiré queriendo.
Ahora, con un nudo en la garganta,
memorando risas, jugueteos, abrazos y problemas, sabiendo en mí,
eternamente habrá un “para siempre”, ruego al que está en el cielo, que
como ustedes, pueda ser semillero de buenos momentos.
Caloca Lafont Omar