El
flash borra la sonrisa, “No hay pedo”, toma el brazo y ponlo tras las nalgas,
que la sangre brille más. Coca Cola fría tras el conmutador y hedor añejo de
las sillas de plástico. –Eres inhumano--, sonríe al escuchar las palabras
tenues de la señora y continúa tecleando. Lágrimas que besan la suela de sus
botas viejas, suplica y él, solamente azota las letras contra la nota; no hay
qué temer, un actor más del circo de esta ciudad, “aclama la ira y gánate el
pan”: Un bolillo con atún y un whisky por la noche: que el humo de tu
cigarrillo dance con las nubes de la ciudad al estilo contemporáneo.
Hay
más balaceras en su dicción que una ida a Matamoros. “Se hace lo que se puede”,
fue el pretexto con el que se quedó viendo las cajas blancas infantiles
escoltando al obscuro trasbordador de vidas; nadie asistió ese día, los lamentos
la envolvían en la prórroga de sus recuerdos.
Redacta
al ritmo del valemadrismo, un oficinista fumando que sin preguntar, duerme en
el sillón y espera la llamada para salir corriendo a beber desgracia. No tenía
dinero, “los del SEDESOL no cuentan pa flores, seño”, habrían de despedirse los
niños sin si quiera, un rosario, camina por la 37 esperando que San Juditas
respondiera. Publican la nota y ella llora “Padre asesina a sus hijos y se
suicida”, habría de terminar la plana como tapete de lava-autos, era tan
intranscendente que el banco les arrebató la cueva del INFONAVIT, allá por
Sendero.
Ya
se veía en los terrenos de Neza, la fosa común eran muy fina para ellos, bajo
la fábrica decaen las cajas lentamente mientras en ella, desfallece el rostro.
Instantes eléctricos se cruzaban en su recuerdo “¡No los mató, fue un
accidente!”, los baños Alameda había sufragado la inocencia de sus hijos.
“Si
hubiera un dios más, habría de
llevárselo a él y no a quien amo”, la lucha de encuentro llevaba al espíritu a
su suicidio, por primera vez la realidad acarició las lágrimas de una dama, el
mirador observaba la pena ensangrentada de un error en la carga de ese Jacuzzi,
no había más que ese ramo de rosas que no pudo darle a su familia.
Suena
el pitazo, camina fumando un farol para cubrir la nota, ve su rostro, sonríe al
reconocerla y se aleja para seguir
reportando al ritmo del danzón amarillo.