Pierna cruzada, su mentón descansando en su puño y con ceja alzada, en la cabecera de lo que él convirtió en una mesa de discusión crítica literaria, suspira, levanta la mirada y soba con su palma aquella frente amplia y brillante en donde quiero suponer hubo cabello, toma su bolígrafo y viendo de reojo, anota en un cuadernillo palabras que a su paso, sólo él entenderá a la hora de utilizarlas.
Al fondo del aula, un joven lo observa con cautela, sus dedos sostienen un bolígrafo de tinta china y sonríe a los comentarios de Zetina. Mucho habla, mucho critica, poco dice aquel joven... se marcha.
Llega el muchacho a su cuarto y en silencio y penumbra, se cubre con la cobija de colores, y reposa su cabeza en la almohada, varias voces atosigan su mente, escucha sobre un hombre de colores, un manual para no ser un tonto, una huida fugaz, un borracho maldito, una reseña que se volvió pacto de titanes, y una gallina asombrosa.
Al fondo del aula, un joven lo observa con cautela, sus dedos sostienen un bolígrafo de tinta china y sonríe a los comentarios de Zetina. Mucho habla, mucho critica, poco dice aquel joven... se marcha.
Llega el muchacho a su cuarto y en silencio y penumbra, se cubre con la cobija de colores, y reposa su cabeza en la almohada, varias voces atosigan su mente, escucha sobre un hombre de colores, un manual para no ser un tonto, una huida fugaz, un borracho maldito, una reseña que se volvió pacto de titanes, y una gallina asombrosa.
La locura e incomprensión no lo
dejan dormir, muere su sueño y toma su bolígrafo e inicia a pintar sus versos
que enloquecerán a todos, o bien, que nadie nunca leerá. Camina de nuevo el
joven, increíblemente con lo sollozante del calor y aturdido de la vida, vuelve
a entrar a ese lugar, se sienta hasta atrás y empieza a oír las mismas voces,
no entendía qué pasaba y observaba de lejos, los ojos de quien a la cabecera
del diálogo, se lucía en comentarios y sapiensa, hacía unos juegos de palabras
y se visualizaba a cada narración; Zetina.
El joven identificaba las voces y lo
que narraban, no decía más que en su mente un ¿qué pretenden? Participa con su
aberrante obra y forma parte de ese criadero de escritores de barrio.
Sale del lugar y se vuelve a
ahogar en sus libros, las letras crean otro
mundo y él a garganta silenciada
suelta su mente a volar sin entender muchos por qués. Pasa por la mañana y se
encuentra a aquel personaje parado en la explanada, silencioso y con una mirada
fija observaba a lo lejos, se acerca y pregunta, él le hace señas que calle.
Camina con singularidad alegría Zetina y empieza a celebrar en una expresión
precisa de él, aún el joven quieto no comprendía. Se acerca Zetina a un sujeto
a lo lejos que poseía un Dostoyevski, el semblante le cambió y se fue
satisfecho.
Camina el joven de regreso a su casa y en la penumbra de su habitación, duda una vez más del milagro que acababa de ver. Se acuesta y
las voces lo vuelven a invadir, ahora había más comentarios y preguntas. Se
levanta a medianoche, toma su libreta vieja y el bolígrafo de tinta china y
comienza a escribir, una obra que le llevaría cinco horas. Empieza amanecer y élo desenlazaba
su escrito. Se levanta y enjuaga su cuerpo, al vestirse toma su mariconera, ve
su obra y sonríe…. Lee el último verso en voz alta. y se marcha.
“y creo, que en aquel
semillero de locos y enfermos, de soñadores, trovadores y perversos, un salón
donde vuelan fantasías, me ha arropado; me alegra no verme solo. Aunque creo ya soy parte de
los niños de Zetina”.