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jueves, 30 de enero de 2014

Los niños de Zetina

Pierna cruzada,  su mentón descansando en su puño y con ceja alzada, en la cabecera de lo que él convirtió en una mesa de discusión crítica literaria, suspira, levanta la mirada y soba con su palma aquella frente amplia y brillante en donde quiero suponer hubo cabello, toma su bolígrafo y viendo de reojo, anota en un cuadernillo palabras que a su paso, sólo él entenderá a la hora de utilizarlas.
Al fondo del aula, un joven lo observa con cautela, sus dedos sostienen un bolígrafo de tinta china y sonríe a los comentarios de Zetina. Mucho habla, mucho critica, poco dice aquel joven... se marcha.
Llega el muchacho a su cuarto y en silencio y penumbra, se cubre con la cobija de colores, y reposa su cabeza en la almohada, varias voces atosigan su mente, escucha sobre un hombre de colores, un manual para no ser un tonto, una huida fugaz, un borracho maldito, una reseña que se volvió pacto de titanes, y una gallina asombrosa.
La locura e incomprensión no lo dejan dormir, muere su sueño y toma su bolígrafo e inicia a pintar sus versos que enloquecerán a todos, o bien, que nadie nunca leerá. Camina de nuevo el joven, increíblemente con lo sollozante del calor y aturdido de la vida, vuelve a entrar a ese lugar, se sienta hasta atrás y empieza a oír las mismas voces, no entendía qué pasaba y observaba de lejos,  los ojos de quien a la cabecera del diálogo, se lucía en comentarios y sapiensa, hacía unos juegos de palabras y  se visualizaba a cada narración;  Zetina.
El joven identificaba las voces y lo que narraban, no decía más que en su mente un ¿qué pretenden? Participa con su aberrante obra y forma parte de ese criadero de escritores de barrio.
Sale del lugar y se vuelve a ahogar en sus libros, las letras crean otro  mundo y él  a garganta silenciada suelta su mente a volar sin entender muchos por qués. Pasa por la mañana y se encuentra a aquel personaje parado en la explanada, silencioso y con una mirada fija observaba a lo lejos, se acerca y pregunta, él le hace señas que calle. Camina con singularidad alegría Zetina y empieza a celebrar en una expresión precisa de él, aún el joven quieto no comprendía. Se acerca Zetina a un sujeto a lo lejos que poseía un Dostoyevski, el semblante le cambió y se fue satisfecho. 
Camina el joven de regreso a su casa y en la penumbra de su habitación, duda una vez más del milagro que acababa de ver. Se acuesta y las voces lo vuelven a invadir, ahora había más comentarios y preguntas. Se levanta a medianoche, toma su libreta vieja y el bolígrafo de tinta china y comienza a escribir, una obra que le llevaría cinco horas. Empieza amanecer y élo desenlazaba su escrito. Se levanta y enjuaga su cuerpo, al vestirse toma su mariconera, ve su obra y sonríe…. Lee el último verso en voz alta. y se marcha.
 “y creo, que en aquel semillero de locos y enfermos, de soñadores, trovadores y perversos, un salón donde vuelan fantasías, me ha arropado; me alegra no verme solo. Aunque creo ya soy parte de los niños de Zetina”.

viernes, 24 de enero de 2014

Recuerdo

Recuerdo tu recuerdo, y me acuerdo de recordar una vez más el acuerdo que recuerdo acordamos en el recuerdo de la luna pálida de enero, como la de hoy. Y junto a la memoria tu imagen, que en el recuerdo, recuerdo, y sencillamente he de anhelar un día no olvidar el recuerdo sublime de lo irrecordable de tu amor, que si bien recuerdo, fue un mal acuerdo que no recordamos acordar adecuadamente para un día como hoy, recordarnos mutuamente que nos amabamos y no que aquel recuerdo es más fuerte que lo que no había que recordar, nuestra falta de comprensión.

jueves, 23 de enero de 2014

Era yo

¡Ay de mi! Que si en la revuelta era, que en mis versos pesaba y en mis sentimientos callaba
¡Ay de mi! Somos dos en cadenas, que tus besos enredaron mis muñecas, como acariciaba tus muñecas sobre la cama cuando nos besábamos aquella noche.
Era yo aquel quien con un ojo entre abierto y el otro observándote, me disparaste la mirada de una garganta chillante,
fui aquel que en mis agresivas uñas, y en lo tosco de mis dedos, lo perverso de mi sonrisa y lo delirante de mi cuello, amaba tu cabello, esmalteaba nuestras obras, porque eso sí, no haciamos amor, haciamos arte, aquel arte que manchó la pared en el regreso con sangre, que destiló mi cabello y rapó mis sueños.
Lo lamento, era yo  el cantante de Neruda, que pictoreaba nuestros delitos, había sido el mismo que con la maldita quijada, recordaba a tu seno, mis poemas de verano. Sí, fui y aún sueño seguir siendo el de los brazos mordidos, un abdomen destruido y una mente tan audaz para enamorar a la chica del barrio, o para espantar tu madre, que reposaba con un ramo por las noches antes de concebirte
fui aquel, el mismo que entre tus párpados encerró los besos, que el suelo nos simbolizaban nubes y el que cayó por el cielo infernoso dado a los pecados alternos nunca confesados en nuestro último beso.
Fui Conde en Barcelona, Rey de Tepito y trovador de Roma. Me comí al mundo en cuanto nos aborazábamos entre roces de mirada y labios partidos.
Hoy recuerdo, soy tu memoria maldita, el rostro del diablo exhiliado a la tierra, una Virgen de Guadalupe desnuda y el bolígrafo roto, mis ojos no me sirven más que para entre clarobscuros, ver tu silueta, mis manos condenadas por tu rabia, me gritan por escribir el naufragio del mismo poeta. Soy dolor en cuerpo y figura mal hecha, boca silenciada y sueños martirizados
Ya por favor, no me preguntes quién soy, que mis manos negras narran la Tempestad de Sheakespeare, y mi gesto de susto el rechazo del mayor Sabines... no cuestiones mi ser que en lo ancho de mi cama, las yagas Camelinas llenan mi pecho que resguarda un corazón de hierro heredado por Dumas, mis piernas inútiles acogen tu delirio y ahora sólo puedo decirte que en lo miserable de Victor Hugo, resguardo tus palabras como si fuera Dios en el suelo, cual decía Borges. ¿Qué más te digo? No me comprendes. No lees! y nunca sabras que los secretos Heminghway, son mis pupilas y que hoy, soy García Márquez ahogado en cólera. Debo callar y añado amor, bruja, ráfaga de viento y sueños... fui el único que probó tus labios Eris. Ni Odiseo se acercó