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jueves, 23 de enero de 2014

Era yo

¡Ay de mi! Que si en la revuelta era, que en mis versos pesaba y en mis sentimientos callaba
¡Ay de mi! Somos dos en cadenas, que tus besos enredaron mis muñecas, como acariciaba tus muñecas sobre la cama cuando nos besábamos aquella noche.
Era yo aquel quien con un ojo entre abierto y el otro observándote, me disparaste la mirada de una garganta chillante,
fui aquel que en mis agresivas uñas, y en lo tosco de mis dedos, lo perverso de mi sonrisa y lo delirante de mi cuello, amaba tu cabello, esmalteaba nuestras obras, porque eso sí, no haciamos amor, haciamos arte, aquel arte que manchó la pared en el regreso con sangre, que destiló mi cabello y rapó mis sueños.
Lo lamento, era yo  el cantante de Neruda, que pictoreaba nuestros delitos, había sido el mismo que con la maldita quijada, recordaba a tu seno, mis poemas de verano. Sí, fui y aún sueño seguir siendo el de los brazos mordidos, un abdomen destruido y una mente tan audaz para enamorar a la chica del barrio, o para espantar tu madre, que reposaba con un ramo por las noches antes de concebirte
fui aquel, el mismo que entre tus párpados encerró los besos, que el suelo nos simbolizaban nubes y el que cayó por el cielo infernoso dado a los pecados alternos nunca confesados en nuestro último beso.
Fui Conde en Barcelona, Rey de Tepito y trovador de Roma. Me comí al mundo en cuanto nos aborazábamos entre roces de mirada y labios partidos.
Hoy recuerdo, soy tu memoria maldita, el rostro del diablo exhiliado a la tierra, una Virgen de Guadalupe desnuda y el bolígrafo roto, mis ojos no me sirven más que para entre clarobscuros, ver tu silueta, mis manos condenadas por tu rabia, me gritan por escribir el naufragio del mismo poeta. Soy dolor en cuerpo y figura mal hecha, boca silenciada y sueños martirizados
Ya por favor, no me preguntes quién soy, que mis manos negras narran la Tempestad de Sheakespeare, y mi gesto de susto el rechazo del mayor Sabines... no cuestiones mi ser que en lo ancho de mi cama, las yagas Camelinas llenan mi pecho que resguarda un corazón de hierro heredado por Dumas, mis piernas inútiles acogen tu delirio y ahora sólo puedo decirte que en lo miserable de Victor Hugo, resguardo tus palabras como si fuera Dios en el suelo, cual decía Borges. ¿Qué más te digo? No me comprendes. No lees! y nunca sabras que los secretos Heminghway, son mis pupilas y que hoy, soy García Márquez ahogado en cólera. Debo callar y añado amor, bruja, ráfaga de viento y sueños... fui el único que probó tus labios Eris. Ni Odiseo se acercó

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